jueves, 19 de enero de 2012

¿Qué recursos encuentra usted en la ciudad que puedan utilizarse para educar al ciudadano sin recurrir a la escuela?


Pensar cómo educar a través de la ciudad es atreverse a mirarla desde su estado natural, en las cosas simples, tal vez triviales, lo silente de sus calles. Permitirse observarla, escucharla, sentirla, olerla y vivirla con la conciencia de su existencia y en las sutiles y particulares resonancias que la hacen única ―la bocina del carro, los motores de los carros, los pájaros al amanecer, el ruido que generan las conversaciones de personas en un café, el sonido de las llantas sobre el asfalto mojado―. Es entregarse en su totalidad al suceso de escucharla y sentirla más allá de los mensajes que ella encarna: las voces de quienes la viven, los mensajes publicitarios que la envuelven, los árboles que evidencian su placidez y a la vez su prisa, las vías por donde ruedan y desembocan sus habitantes, las esculturas que le dan significados a cada espacio, el parque con las sillas que guardan memorias, los olores y sabores que la ciudad contiene, los perros que permiten a media humanidad mantenerse cuerda y feliz, y sus habitantes, que son todo y parte del procedimiento. La ciudad, en sí, es una realidad que educa, una percepción que puede ser vivida desde la piel de quienes la habitan, desde aquello que la circunda, la casa, el centro, la periferia y el propio espacio vital.

La pregunta ¿Qué recursos encuentro en la ciudad que puedan utilizarse para educar al ciudadano sin recurrir a la escuela? permite pensar en varios recursos que describo a continuación:

El ciudadano: es quien se apropia de la ciudad. Su actitud, razonamientos, relación con otros permiten considerar alternativas y decidir con qué tipo de valores está comprometido y con cuales se identifica. Es él quien recibe comprensiblemente el lenguaje que pronuncia la ciudad.

La ciudad: el espacio lleno de vida, que exhibe sus códigos, las formas de relación, los significados de los lugares, la infinidad de lecturas de sus símbolos, sus señales, sus relaciones, sus necesidades, sus espacios, su historia, sus pautas, su ambiente urbano, su desconfianza, su cultura, su mobiliario, sus vías. La ciudad exhibe el  mensaje que día a día y minuto a minuto nos transita. La síntesis: se aprende en la ciudad, se aprende de la ciudad, se aprende sobre la ciudad. La ciudad  es un territorio que educa  porque, potencialmente, permite que todos sean protagonistas de ella.

Los medios de comunicación: quienes son constructores de realidad en búsqueda de progresos positivos que persuadan, influencien pero no clasifiquen a los ciudadanos ni sesguen o parcialicen la información.

Los lugares: como áreas en donde las personas se relacionan con el ambiente y se generan un sinnúmero de hechos, situaciones, experiencias, fenómenos, relatos y expresiones verbales, que abren posibilidades de identificación de relaciones dialógicas, transferencia de conocimientos, respeto por la diferencia, participación,  libertad de expresión y reconocimiento de un espacio como propio.

La educación no formal: es la que soporta de manera significativa los procesos educativos, pues recoge todas las acciones transmitidas de manera no planificada que soportan y complementan conocimientos previos y permiten al individuo desenvolverse en actividades recreacionales, lúdicas, artísticas, etc. La educación no formal facilita la adquisición de nuevos conocimientos aprovechando los lugares, los recursos que da la ciudad y la participación de los sujetos. Adicionalmente, es una estrategia poco costosa, útil para incrementar niveles de calidad de vida y, lo más significativo, permite la adquisición de habilidades sociales.

El espacio público: como espacio común y de interés para todos y como herramienta que facilita el encuentro, el roce, la mirada, la sonrisa y la discusión con los otros.

El aprendizaje situado: como herramienta que permite educar a partir de las actividades cotidianas que se presentan en el diario vivir.

La bicicleta: la bicicleta en la ciudad puede ser una herramienta… ¡tremenda! Cada bicicleta lleva una persona de cualquier edad, la mayoría de sus trayectos son más o menos de hasta 5 Km y su velocidad es de 12 o 15 Km por hora; genera beneficios para la salud: cada pedaleo contribuye a prevenir múltiples enfermedades crónicas. Además, permite mantenerse físicamente activo y mentalmente dispuesto. Contribuye con la reducción de la contaminación ambiental, no genera ruido contaminante, permite ahorros en términos económicos, impacta territorialmente, pues que exige menos ocupación del espacio y, algo significativo dentro de los procesos educativos, facilita el contacto con otras personas que transitan, motiva la comunicación ciudadana.

Como conclusión, la ciudad, por sí sola, es educadora, quiere enseñar, crear, imaginar, conocer y que todos se impregnen de sus años, de su historia, de sus estructuras, de su cultura. Sin embargo, es conveniente educar a los ciudadanos para que entiendan, perciban y se adueñen de los beneficios que ella provee, no sólo en términos educativos, sino también sociales, ambientales, urbanos, arquitectónicos, personales, entre otros.

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